Gustavo Marcelo Sala nació en 1960 en la ciudad de Buenos Aires y reside desde el año 2002 en la localidad de El Perdido, Estación José A. Guisasola, Partido de Coronel Dorrego. Comienza a desarrollar su vocación literaria durante su paso por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires a principios de la década del ochenta.
“Los Rincones del Anfitrión” se constituye en su primer libro y posee, además, una vasta y prolífica trayectoria en el campo literario participando activamente tanto en antologías varias como dentro de las redes internacionales de escritores de lengua castellana.
Fue Presidente de la Biblioteca Popular José A. Guisasola durante el período 2008-2011 habiendo sido responsable como coordinador de su taller literario. Entre sus obras más destacadas podemos mencionar el extenso poema gauchesco Las Cuitas del Faca Godoy, compuesto por 250 décimas con versos octosílabos, las novelas: “Juan B Maciel, cuando el descuido nos omite”, “Trifolio”, “El Ángel”, “Cárdenas, cosecha 90”, “Subraya la Historia”, y varias decenas de cuentos.
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LETRAS DE OTOÑO
ANTOLOGÍA
Este libro contiene las obras de los Escritores que participaron en el 12º Encuentro Hispanohablante de Narrativa y Poesía en Bialet Massé, Córdoba, Argentina.
En él también encontrarán las obras premiadas en los “3º Certámenes de Verano 2016” organizados por la Organización Cultural “La Hora del Cuento”.
¡Que disfruten la lectura…!
ANTOLOGÍA
Este libro contiene las obras de los Escritores que participaron en el 12º Encuentro Hispanohablante de Narrativa y Poesía en Bialet Massé, Córdoba, Argentina.
En él también encontrarán las obras premiadas en los “3º Certámenes de Verano 2016” organizados por la Organización Cultural “La Hora del Cuento”.
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SALA, GUSTAVO MARCELO
"EL ALTA"
"EL ALTA"
3º Premio en el Certamen de Verano 2016
de “La Hora del cuento”, categoría [Género: CUENTO CORTO]
de “La Hora del cuento”, categoría [Género: CUENTO CORTO]
La cirugía no había sido dificultosa. El ayuno al que fue sometido durante las setenta y dos horas posteriores a la operación no modificó su estado de ánimo. Más que dolor, alguna molestia interrumpía de a ratos la lectura de la obra poética de Paco Urondo.
Ernesto era un apasionado lector de poesía. Había tomado la precaución de acopiar unos cuantos volúmenes del género. En su repisa, lindera al lecho hospitalario, descansaban ejemplares de Oliverio Girondo, Roberto Juarroz, Horacio Ferrer y Homero Manzi. A modo de pisapapeles, la bala calibre treinta y ocho que le habían extraído trabajaba a favor de contener una buena cantidad de señaladores. No era de aquellos que solían comenzar y terminar con un texto; prefería confiar en su temple emocional y libre albedrío. No esperaba ni recibía visitas, de modo que descartaba de plano cualquier tipo de incómoda interrupción.
El imperceptible sonido de su pequeña radio era suficiente contacto con el mundo exterior combinando el dial de la FM clásica con las audiciones de tango y folklore de Radio Nacional. Descansaba su oído al gusto selectivo de Héctor Larrea y de Antonio Carrizo; por las noches Alejandro Dolina era su doliente compañía en la oscuridad de su morada.
Los médicos de guardia, conforme iban rotando, daban el visto bueno a medida que el proceso evolutivo se desarrollaba. Sin terciar explicaciones visaban la carpeta y se retiraban, tratando de ahorrar todo tipo de comentario. Las enfermeras, un poco más atentas, solían intercambiar algunas palabras que el paciente procuraba no escuchar.
El alta debía ser autorizada por su médico cirujano. Sólo este investía entidad para tal encomienda; de todas formas ningún profesional hubiera comprometido su firma sin la anuencia del galeno en jefe.
Hacía ocho años que el perdigón estaba recluido a centímetros de su corazón. Aquel frustrado intento de suicidio lo había sentenciado a vivir con el valor agregado de un plomo en estado puro. A corta distancia, algunos calibres pierden efectividad porque no llegan a su velocidad final, esa que determina certezas universales e inútiles respuestas. En los años posteriores dedicó sus tiempos libres al estudio de la situación. Maravillado y desilusionado a la vez, trataba de analizar lo acontecido desde lo sensible y lo científico. No sospechaba del destino; cuestiones de las cuales descreía, tampoco el evento lo catapultó hacia visiones metafísicas de fatigosa índole.
La decisión tomada por Alejandra era causal suficiente para su infortunio, y ese casquillo encerrado en el cuerpo, muy cerca de sus entrañas, daba siniestro cobijo al recuerdo.
Durante un tiempo sintió la necesidad de mantenerlo en su interior. Una parte de ella reposaba junto a él. Sentía su compañía a través del molesto pinchazo mañanero que de modo irreversible amanecía sin solución de continuidad. No era la forma de olvidarla; no había forma de olvidarla.
Al mediodía de su quinto día de internación, el Médico Cirujano en Jefe Doctor Luis Alberto Montserrat le firmó el alta correspondiente. Recibió la noticia del Clínico de guardia Doctor Julián Ahumada. De inmediato, preparó su equipaje. Acomodó prolijamente sus libros, colocó la pequeña radio dentro del estuche diseñado para tales efectos y completó su bolso con las prendas y atavíos personales.
De la mesa de luz, tomó la munición recientemente extirpada en la intervención quirúrgica; le sacó brillo con la pequeña franela que utilizaba para el aseo de sus gafas y la volvió a colocar dentro del revólver calibre treinta y ocho que permanecía oculto en el bolsillo interno de la maleta. Un nuevo intento lo estaba aguardando. Con el alta en la mano, rezaba por no fallar.
Ernesto era un apasionado lector de poesía. Había tomado la precaución de acopiar unos cuantos volúmenes del género. En su repisa, lindera al lecho hospitalario, descansaban ejemplares de Oliverio Girondo, Roberto Juarroz, Horacio Ferrer y Homero Manzi. A modo de pisapapeles, la bala calibre treinta y ocho que le habían extraído trabajaba a favor de contener una buena cantidad de señaladores. No era de aquellos que solían comenzar y terminar con un texto; prefería confiar en su temple emocional y libre albedrío. No esperaba ni recibía visitas, de modo que descartaba de plano cualquier tipo de incómoda interrupción.
El imperceptible sonido de su pequeña radio era suficiente contacto con el mundo exterior combinando el dial de la FM clásica con las audiciones de tango y folklore de Radio Nacional. Descansaba su oído al gusto selectivo de Héctor Larrea y de Antonio Carrizo; por las noches Alejandro Dolina era su doliente compañía en la oscuridad de su morada.
Los médicos de guardia, conforme iban rotando, daban el visto bueno a medida que el proceso evolutivo se desarrollaba. Sin terciar explicaciones visaban la carpeta y se retiraban, tratando de ahorrar todo tipo de comentario. Las enfermeras, un poco más atentas, solían intercambiar algunas palabras que el paciente procuraba no escuchar.
El alta debía ser autorizada por su médico cirujano. Sólo este investía entidad para tal encomienda; de todas formas ningún profesional hubiera comprometido su firma sin la anuencia del galeno en jefe.
Hacía ocho años que el perdigón estaba recluido a centímetros de su corazón. Aquel frustrado intento de suicidio lo había sentenciado a vivir con el valor agregado de un plomo en estado puro. A corta distancia, algunos calibres pierden efectividad porque no llegan a su velocidad final, esa que determina certezas universales e inútiles respuestas. En los años posteriores dedicó sus tiempos libres al estudio de la situación. Maravillado y desilusionado a la vez, trataba de analizar lo acontecido desde lo sensible y lo científico. No sospechaba del destino; cuestiones de las cuales descreía, tampoco el evento lo catapultó hacia visiones metafísicas de fatigosa índole.
La decisión tomada por Alejandra era causal suficiente para su infortunio, y ese casquillo encerrado en el cuerpo, muy cerca de sus entrañas, daba siniestro cobijo al recuerdo.
Durante un tiempo sintió la necesidad de mantenerlo en su interior. Una parte de ella reposaba junto a él. Sentía su compañía a través del molesto pinchazo mañanero que de modo irreversible amanecía sin solución de continuidad. No era la forma de olvidarla; no había forma de olvidarla.
Al mediodía de su quinto día de internación, el Médico Cirujano en Jefe Doctor Luis Alberto Montserrat le firmó el alta correspondiente. Recibió la noticia del Clínico de guardia Doctor Julián Ahumada. De inmediato, preparó su equipaje. Acomodó prolijamente sus libros, colocó la pequeña radio dentro del estuche diseñado para tales efectos y completó su bolso con las prendas y atavíos personales.
De la mesa de luz, tomó la munición recientemente extirpada en la intervención quirúrgica; le sacó brillo con la pequeña franela que utilizaba para el aseo de sus gafas y la volvió a colocar dentro del revólver calibre treinta y ocho que permanecía oculto en el bolsillo interno de la maleta. Un nuevo intento lo estaba aguardando. Con el alta en la mano, rezaba por no fallar.
© Gustavo Marcelo Sala
En: Letras de Otoño –Antología– “La Hora del Cuento”. Pág. 114
SALA, GUSTAVO MARCELO
"TRAFICANTE"
"TRAFICANTE"
2º Mención de Honor en el Certamen de Verano 2016
de “La Hora del cuento”, categoría [Género: CUENTO CORTO]
Deseoso de olvidar, recordaba; ansioso por recordar, olvidaba. Pensó en Borges, en Funes y su intangible calvario mnemónico. Pensó también en la pócima del olvido y en el estupendo relato del Ángel Gris. Ambos textos le fueron acercados por un viejo amigo argentino, escritor exiliado en tiempos de la dictadura de los años setenta. Vencido, buscando un salvoconducto, estimó prudente traficar el significado de los verbos. Así Charles J. Samuels se indujo a no tener compasiones de modo crear una nueva codificación, un nuevo lenguaje en donde toda evidencia debía desaparecer, en donde la revisión era motivo y clave universal. Londres abandonó definitivamente su tinte de ciudad niebla, tanto Estambul como Praga comenzaron a minar sus ancestrales atractivos, París cegó sus luces imprevistamente y Roma abandonó su bronce de doncella vaticana. Al mismo tiempo esas taxativas definiciones eran inmediatamente olvidadas dando paso al recuerdo de lo que nunca fueron. Para Samuels la realidad era tan sólo una percepción fraudulenta compuesta por cientos de chantajes que decidieron coexistir para no agredirse; porque el asunto es perdurar utilitariamente. La necesidad era desarrollar un nuevo relato, un nuevo motivo que merezca ser enterrado. Entonces apareció en llamas una ciudad todavía no creada, moría en un baldío de La Habana una bella mujer todavía no nacida y el aire no contaminaba porque se había encontrado el modo de conservarlo impune a través de un sistema de purificación asimétrica. El mundo real era reiteradamente evocado por el olvido. La obra de Samuels no encontró seguidores ni entusiastas; decenas de editores se abstuvieron de publicar sus manuscritos y los pocos que accedieron a los bocetos preliminares desecharon sus conceptos a pesar de reconocer una fina y atildada prosa.
Charles se suicidó en Edimburgo, su ciudad natal, arrojándose al cauce principal del Water of Leite, el uno de septiembre de mil novecientos ochenta y nueve al cumplirse el cincuenta aniversario de la invasión nazi a Polonia. Amaba Varsovia; lo laceraba aquel reflejo sepia y en ruinas. Sus contados confesores afirmaron que el amor de su vida aún caminaba por los despojos de aquella ciudad; se sospecha que el imborrable recuerdo de aquella invasión encontró plena justificación para dejar de especular. La evocación y la memoria vencieron el espíritu traficante de Charles J. Samuels, tanto es así, que los espectros de Robert the Bruce y de Walter Scott fueron los únicos privilegiados en asistir a sus exequias. En definitiva, dejar de ser escocés no era cuestión a traficar.
Charles se suicidó en Edimburgo, su ciudad natal, arrojándose al cauce principal del Water of Leite, el uno de septiembre de mil novecientos ochenta y nueve al cumplirse el cincuenta aniversario de la invasión nazi a Polonia. Amaba Varsovia; lo laceraba aquel reflejo sepia y en ruinas. Sus contados confesores afirmaron que el amor de su vida aún caminaba por los despojos de aquella ciudad; se sospecha que el imborrable recuerdo de aquella invasión encontró plena justificación para dejar de especular. La evocación y la memoria vencieron el espíritu traficante de Charles J. Samuels, tanto es así, que los espectros de Robert the Bruce y de Walter Scott fueron los únicos privilegiados en asistir a sus exequias. En definitiva, dejar de ser escocés no era cuestión a traficar.
© Gustavo Marcelo Sala
En: Convergencias –Cuentos– Compilado de Fernando Veglia. Editorial Dunken. Pág. 137
UNIDOS por las LETRAS
ANTOLOGÍA
Este libro contiene las obras de los Escritores que participaron en el 10º Encuentro Hispanohablante de Narrativa y Poesía en Bialet Massé (Córdoba, Argentina) organizado por la Organización Cultural “La Hora del Cuento”.
En él también encontrarán las obras premiadas en el “Certamen de Invierno 2016” también organizado por “La Hora del Cuento”.
¡Que disfruten la lectura…!
ANTOLOGÍA
Este libro contiene las obras de los Escritores que participaron en el 10º Encuentro Hispanohablante de Narrativa y Poesía en Bialet Massé (Córdoba, Argentina) organizado por la Organización Cultural “La Hora del Cuento”.
En él también encontrarán las obras premiadas en el “Certamen de Invierno 2016” también organizado por “La Hora del Cuento”.
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SALA, GUSTAVO MARCELO
"LA CÁTEDRA DE LOS GATOS"
El sendero de los extremos sucios
El sendero de los extremos sucios
2º Premio en el Certamen de Invierno 2016
de “La Hora del cuento”, categoría [Género: CUENTO LARGO o RELATO]
de “La Hora del cuento”, categoría [Género: CUENTO LARGO o RELATO]
Estoy extenuado, algo acostumbrado quizás, acaso levemente rendido ante los males que como hipoteca humana uno tiene la obligación de disfrutar por gravamen temporal. Resistirse es cuestión absurda; arribar al final del sendero y que ese finito sea una vaga parodia del camino no me parece seductor.
Borges se colocó ante la muerte con una actitud de acatamiento, carente de humildad, miedo o desesperación. Yo no puedo, y la mayoría de las personas que quiero y conozco tampoco. De alguna manera envidio sanamente al maestro. El crepúsculo es muy bello, sólo si la mañana siguiente continúa siendo un evento irreversible. Sigo repasando sus historias. Leo una certera definición de la Muerte: Sucia como el nacimiento del hombre. Pienso. Qué soberbia provocación resulta higienizar buenamente aquello que se encuentra entre márgenes tan sórdidos. Me sirvo una nueva taza de café al cual le añado tres gotas de edulcorante - quema, espero - repaso viejas fotos, noto que algunas me cuentan novedades. Paisajes que no recordaba conocer, personas ajenas que me abrazan con una dosis de incomprensible afecto. Distingo varias mascotas, más precisamente gatos, animales que mejoran y facilitan exponencialmente la visualización de mi nuevo pasado. No alcanzo a recordar las razones que motivaron abandonar aquella sana costumbre de ser elegido por un gato. Y es lógico que ignore algo que no sucedió, debido a que si bien cumplen el rol de mascota uno no las elige, ellos son los que deciden. Vale decir que yo no abandoné la costumbre, en realidad ellos optaron por excusarse. Sabiduría felina me atrevo a sentenciar. El café está templado y a punto. Excepto por el asunto de los gatos, aún no he logrado purificar el sendero. Continúo con el recorrido. Un chiquito de unos cuatro años me avisa que alguna vez fui padre, una nena de dos me lo ratifica. Algo mejora. No mucho. No es responsabilidad de ellos, espero evitar cualquier confusión al respecto, en todo caso es por una visión muy particular y un tanto extraña que tengo de la cosa. No les gustó mi propuesta, dejé que decidieran, no luché – no estoy muy convencido que la lucha se constituya como válida en estas cuestiones - acaso siempre pensé que la mejor manera de estar con un afecto es evitando toda obligación, sea del modo que sea, mimetizada o taxativa, lo trascendental es el placer de la presencia, cuando eso no sucede mejor no forzar. En estas otras fotos los veo algo más crecidos, en la playa y en el campo, eran tiempos en los que viajaba a Buenos Aires cada quince días, luego, a medida que fueron creciendo y asumiendo obligaciones y gustos lo comencé a hacer una vez por mes, pasados diez años la travesía se fue diluyendo de modo imperceptible. Ya no hay fotos en la playa, ni en el campo, ni siquiera en el pueblo donde vivo. No tengo ganas de seguir, acaso observo que el recorrido es tan obsceno como los extremos. Comienzo a repensar los dichos de Borges. No veo muchas diferencias entre los extremos y el camino. Me sirvo otro café, estos artilugios modernos que lo mantienen templado y a punto trabajan malamente a favor de las adicciones. “He visto un arrabal infinito donde se cumple una insaciable inmortalidad de ponientes” decía Borges, y cada foto es un arrabal, una carta repleta de espejismos, errores ortográficos que se reiteran con la soberbia que ostenta la infinitud. Rechazo la constancia de los ponientes, alucinaciones que no vamos a tener la fortuna de padecer, al igual que hacen los mezquinos cuando deciden rehusar de la mujer que nunca será. De algún modo los odios comienzan a bosquejarse bajo la geometría de lo imposible. Aunque pensándolo bien una cosa en nada se relaciona con la otra, hay que ser muy poco hombre para estigmatizar a una dama que ni siquiera percibe nuestra existencia. El tema de la finitud encierra incisos más complejos, por lo menos así lo creo. Ruskin afirmaba que para la arquitectura y la música: La Noche. Nunca dijo qué tipo de noche. Invernal o estival, clara u oscura, acaso lluviosa, tal vez con niebla. Reconozco que estoy disfrutando de esta noche. Puedo agregar entonces que para recorrer ciertas cañadas es mejor hacerlo en la nocturnidad y en solitario. Me gusta leer de noche, también escribir, aunque esto último cada vez lo realizo con menor asiduidad. En definitiva observo mi aridez como un homenaje personal e inconsciente que le hago a la literatura, no herirla con publicaciones banales es algo que muchos escritores modernos deberían hacer, sobre todo aquellos que pretenden transformar el arte en una crónica periodística. Y hablé de odios. Que suerte no tenerlos. En ese sentido estimo que los gatos me fueron de gran ayuda para obviar tamaña carga. Debe ser muy penoso transitar por el sendero de los extremos sucios contaminando el paisaje, envileciendo un horizonte que en si propio sostiene un desdoroso final. Ellos parecen no tener capacidad - o incapacidad - de odio, si están a disgusto directamente escapan a merodear, no proponen conflictos terminales, buscan embellecer su recorrido y lo hacen conscientes debido a que no dudan sobre la precisión de la fórmula. Delinear un estado de víspera permanente resulta el modelo a seguir, casi nada es definitivo, sólo el final, por lo demás, el resto es perfectamente modificable. Un poco de comida, arrojarse bajo alguna planta, mantenerse higienizado y estar siempre esperanzado ante la posibilidad de una presa, atención permanente que el gato se reserva para sí como anhelo de vigilia.
Borges se colocó ante la muerte con una actitud de acatamiento, carente de humildad, miedo o desesperación. Yo no puedo, y la mayoría de las personas que quiero y conozco tampoco. De alguna manera envidio sanamente al maestro. El crepúsculo es muy bello, sólo si la mañana siguiente continúa siendo un evento irreversible. Sigo repasando sus historias. Leo una certera definición de la Muerte: Sucia como el nacimiento del hombre. Pienso. Qué soberbia provocación resulta higienizar buenamente aquello que se encuentra entre márgenes tan sórdidos. Me sirvo una nueva taza de café al cual le añado tres gotas de edulcorante - quema, espero - repaso viejas fotos, noto que algunas me cuentan novedades. Paisajes que no recordaba conocer, personas ajenas que me abrazan con una dosis de incomprensible afecto. Distingo varias mascotas, más precisamente gatos, animales que mejoran y facilitan exponencialmente la visualización de mi nuevo pasado. No alcanzo a recordar las razones que motivaron abandonar aquella sana costumbre de ser elegido por un gato. Y es lógico que ignore algo que no sucedió, debido a que si bien cumplen el rol de mascota uno no las elige, ellos son los que deciden. Vale decir que yo no abandoné la costumbre, en realidad ellos optaron por excusarse. Sabiduría felina me atrevo a sentenciar. El café está templado y a punto. Excepto por el asunto de los gatos, aún no he logrado purificar el sendero. Continúo con el recorrido. Un chiquito de unos cuatro años me avisa que alguna vez fui padre, una nena de dos me lo ratifica. Algo mejora. No mucho. No es responsabilidad de ellos, espero evitar cualquier confusión al respecto, en todo caso es por una visión muy particular y un tanto extraña que tengo de la cosa. No les gustó mi propuesta, dejé que decidieran, no luché – no estoy muy convencido que la lucha se constituya como válida en estas cuestiones - acaso siempre pensé que la mejor manera de estar con un afecto es evitando toda obligación, sea del modo que sea, mimetizada o taxativa, lo trascendental es el placer de la presencia, cuando eso no sucede mejor no forzar. En estas otras fotos los veo algo más crecidos, en la playa y en el campo, eran tiempos en los que viajaba a Buenos Aires cada quince días, luego, a medida que fueron creciendo y asumiendo obligaciones y gustos lo comencé a hacer una vez por mes, pasados diez años la travesía se fue diluyendo de modo imperceptible. Ya no hay fotos en la playa, ni en el campo, ni siquiera en el pueblo donde vivo. No tengo ganas de seguir, acaso observo que el recorrido es tan obsceno como los extremos. Comienzo a repensar los dichos de Borges. No veo muchas diferencias entre los extremos y el camino. Me sirvo otro café, estos artilugios modernos que lo mantienen templado y a punto trabajan malamente a favor de las adicciones. “He visto un arrabal infinito donde se cumple una insaciable inmortalidad de ponientes” decía Borges, y cada foto es un arrabal, una carta repleta de espejismos, errores ortográficos que se reiteran con la soberbia que ostenta la infinitud. Rechazo la constancia de los ponientes, alucinaciones que no vamos a tener la fortuna de padecer, al igual que hacen los mezquinos cuando deciden rehusar de la mujer que nunca será. De algún modo los odios comienzan a bosquejarse bajo la geometría de lo imposible. Aunque pensándolo bien una cosa en nada se relaciona con la otra, hay que ser muy poco hombre para estigmatizar a una dama que ni siquiera percibe nuestra existencia. El tema de la finitud encierra incisos más complejos, por lo menos así lo creo. Ruskin afirmaba que para la arquitectura y la música: La Noche. Nunca dijo qué tipo de noche. Invernal o estival, clara u oscura, acaso lluviosa, tal vez con niebla. Reconozco que estoy disfrutando de esta noche. Puedo agregar entonces que para recorrer ciertas cañadas es mejor hacerlo en la nocturnidad y en solitario. Me gusta leer de noche, también escribir, aunque esto último cada vez lo realizo con menor asiduidad. En definitiva observo mi aridez como un homenaje personal e inconsciente que le hago a la literatura, no herirla con publicaciones banales es algo que muchos escritores modernos deberían hacer, sobre todo aquellos que pretenden transformar el arte en una crónica periodística. Y hablé de odios. Que suerte no tenerlos. En ese sentido estimo que los gatos me fueron de gran ayuda para obviar tamaña carga. Debe ser muy penoso transitar por el sendero de los extremos sucios contaminando el paisaje, envileciendo un horizonte que en si propio sostiene un desdoroso final. Ellos parecen no tener capacidad - o incapacidad - de odio, si están a disgusto directamente escapan a merodear, no proponen conflictos terminales, buscan embellecer su recorrido y lo hacen conscientes debido a que no dudan sobre la precisión de la fórmula. Delinear un estado de víspera permanente resulta el modelo a seguir, casi nada es definitivo, sólo el final, por lo demás, el resto es perfectamente modificable. Un poco de comida, arrojarse bajo alguna planta, mantenerse higienizado y estar siempre esperanzado ante la posibilidad de una presa, atención permanente que el gato se reserva para sí como anhelo de vigilia.
©Gustavo Marcelo Sala
En: Unidos por las Letras –Antología– “La Hora del Cuento”. Pág. 116
5º ANTOLOGÍA: “TINTA, PALABRA Y PAPEL”
La nueva antología “Tinta, Palabra y Papel” de La Hora del Cuento ya salió a la luz. Está lista para ser devorada por el lector y poder disfrutar plenamente de los cuentos, poesías y relatos que la componen.
Esta es la 5º Antología que La Hora del Cuento realiza año tras año para brindarle al escritor un camino para poder publicar sus obras.
Agradecemos a todos los escritores y escritoras que se hicieron partícipes de ella tanto de Argentina como demás países de habla hispana.
La nueva antología “Tinta, Palabra y Papel” de La Hora del Cuento ya salió a la luz. Está lista para ser devorada por el lector y poder disfrutar plenamente de los cuentos, poesías y relatos que la componen.
Esta es la 5º Antología que La Hora del Cuento realiza año tras año para brindarle al escritor un camino para poder publicar sus obras.
Agradecemos a todos los escritores y escritoras que se hicieron partícipes de ella tanto de Argentina como demás países de habla hispana.
https://lahoradelcuento.ar/
SALA, GUSTAVO MARCELO
Réquiem del Poeta
Réquiem del Poeta
Lyon, Octubre 20 de 1790
Estimado Christian Trouviller...
No se trata de un sentimiento vacante. Tampoco se trata de perezas ni de ausencias. Me he propuesto escribir el último poema. Hay matrimonios que suelen dilatar sus destinos esperanzados que algún día aquella imagen que descansa en la memoria recobre su color original. Y uno intenta interpretarla de otro modo, se esfuerza por disimular sus sepias, se inclina en dirección al contraste conveniente. La pasión literaria conlleva las mismas reglas de juego, el mismo desgaste. Un fatigoso derrotero cuyas huellas simbolizan fracasos, tanto no deseados como irremediables. La idea de trascendencia va decreciendo en expectativa dando lugar a la finitud como prodigio invulnerable. He decidido romper el vínculo; divorciarme sin protesto de aquello que amé profundamente. Noches de graníticos encierros, recuerdos no anhelados y penumbras persistentes; silencios partícipes, coautores de faenas que nadie tendrá voluntad de leer. Y temo que no puede ser de otro modo. El responso es una buena forma de despedida. Momentos en los cuales se suelen evocar las mejores obras y los mejores rasgos del flamante difunto. Le ruego que el día 27 de Octubre concurra al penal de forma tal poder confiarle, en mano, mi último poema...
No se trata de un sentimiento vacante. Tampoco se trata de perezas ni de ausencias. Me he propuesto escribir el último poema. Hay matrimonios que suelen dilatar sus destinos esperanzados que algún día aquella imagen que descansa en la memoria recobre su color original. Y uno intenta interpretarla de otro modo, se esfuerza por disimular sus sepias, se inclina en dirección al contraste conveniente. La pasión literaria conlleva las mismas reglas de juego, el mismo desgaste. Un fatigoso derrotero cuyas huellas simbolizan fracasos, tanto no deseados como irremediables. La idea de trascendencia va decreciendo en expectativa dando lugar a la finitud como prodigio invulnerable. He decidido romper el vínculo; divorciarme sin protesto de aquello que amé profundamente. Noches de graníticos encierros, recuerdos no anhelados y penumbras persistentes; silencios partícipes, coautores de faenas que nadie tendrá voluntad de leer. Y temo que no puede ser de otro modo. El responso es una buena forma de despedida. Momentos en los cuales se suelen evocar las mejores obras y los mejores rasgos del flamante difunto. Le ruego que el día 27 de Octubre concurra al penal de forma tal poder confiarle, en mano, mi último poema...
...Marcel Fernot
El recado le fue entregado a Christian por el Teniente Diupernau, interino de la guarnición de Lyon. Hacía dos meses que Marcel estaba detenido en dicha fortaleza en condición de traidor a los principios revolucionarios. Principios por los cuales había luchado desde el campo de la intelectualidad durante los últimos quince años. Fernot era autor de las publicaciones más entusiastas a favor de las consignas libertarias. Aportaba, no sólo su convencimiento ideológico, sino también ponía su formidable prosa al servicio de la causa. Al igual que Aristóteles apreciaba la verdad por encima de sus afectos personales de modo que las consecuencias no se hicieron esperar. A poco de instalado el gobierno revolucionario se mostró en desacuerdo con las persecuciones y los vejámenes que las autoridades constituidas practicaban como sustento político. Sostenía que habían sido bastardeados aquellos principios que dieron fin al despotismo monárquico. Alzó su voz contra la política de la guillotina, manifestando que de ese modo se ejercía una suerte de gatopardismo. Cambiar para que nada cambie, teorizando que la resultante de tales eventos sólo podía desembocar de manera siniestra. Su amigo Dantón trató de convencerlo que en breve la racionalidad de los paradigmas libertarios se instalaría definitivamente en Francia, sin saber que poco tiempo después él mismo caería bajo la segadora inercia del cadalso.
Para Marcel Fernot, libertad, igualdad y fraternidad, eran módulos imprescindibles, sustancia que corría por sus venas al igual que la misericordia y la solidaridad ante el dolor ajeno. Pensaba que la revolución se estaba comiendo a sus propios hijos a través del destierro o el patíbulo y que nada se podía hacer al respecto.
La fortaleza estaba custodiada por cientos de pestilentes andrajos hambrientos de sangre y venganza. Conforme se recorrían sus pasillos la percepción de un incierto futuro se hacía sentir; masas fanatizadas y permeables a la espera de un discurso cómodo y malversado. Dentro de las mazmorras decenas de viejos luchadores por la libertad eran sometidos al insulto y al oprobio. Un tal Bonaparte era el Comandante de la guarnición. Joven muy alejado de los principios revolucionarios era fiel amante de sus propias palabras y discursos. Fernot soñaba con una Galia solidaria y participativa; Bonaparte con una Europa imperial y determinante que tuviera a Francia como protagonista exclusiva. Odio y admiración al mismo tiempo. El Comandante del presidio, en sus momentos libres, solía bajar hasta la celda de Marcel para conversar sobre filosofía y política, analizaban juntos textos de Rousseau, Montesquieu y Voltaire; discutían sobre el valor de la opinión pública y cómo ésta debía encauzarse a favor de objetivos concretos. No obstante la animadversión que sentía por su ocasional antagonista, Fernot percibía en el pequeño militar un carisma dominante. En varias oportunidades Bonaparte le insistió que haría todo lo posible para salvarle la vida debido a que tenía demasiado respeto por su inteligencia, cualidad que consideraba como un bien escaso. Lo cierto es que a través de sendas cartas escritas, de propio puño y letra, pedía encarecidamente tanto a Robespierre como a Marat por la vida del condenado detallando que el poeta detentaba atributos intelectuales por sobre la media debiendo ser aprovechada su capacidad para enfrentar la futura reorganización de la República.
En el crepúsculo del día 26, el Comandante de la guarnición le informó a Marcel Fernot que su sentencia se llevaría a cabo al amanecer del día siguiente. Conforme a las normas establecidas para antiguos militantes de la causa condenados a la pena capital, se les permitía solicitar aquello que reconfortara sus almas. En la ocasión el poeta fue simple y escueto...
—Por favor. Deseo tenga a bien le entregue al ciudadano Christian Trouviller el presente manuscrito. Teníamos pendiente un encuentro, que por desgracia, va a quedar trunco por razones de fuerza mayor.
—Confíe —aseguró Bonaparte— en persona me encargaré de la encomienda.
La pena fue ejecutada ceñida a las normas burocráticas en curso. Luego de llevada a cabo, el Comandante de la guarnición elevó el informe a sus superiores tal cual observaban las formas revolucionarias. El encargue nunca llegó a manos de Trouviller, quien arribó tres horas después de efectivizarse la condena.
Pasados treinta y cinco años, y en uno de los arcones que el viejo Emperador tenía en su dormitorio de la fortaleza de Santa Elena, entre las hojas del Cándido de Voltaire, más precisamente en el capítulo XII “La Separación”, se halló un poema cuya autoría, en un principio, le fue adjudicada por error. A poco de comparar la caligrafía los investigadores desestimaron que Bonaparte era el responsable de tales versos. Quizás, una clandestina admiración; algún camarada tal vez, no había posibilidad de precisiones... El título del soneto era ilegible; sus estrofas expresaban las marcadas y encontradas sensaciones que propone el crepúsculo como estado de espera, angustia y resurrección...
Para Marcel Fernot, libertad, igualdad y fraternidad, eran módulos imprescindibles, sustancia que corría por sus venas al igual que la misericordia y la solidaridad ante el dolor ajeno. Pensaba que la revolución se estaba comiendo a sus propios hijos a través del destierro o el patíbulo y que nada se podía hacer al respecto.
La fortaleza estaba custodiada por cientos de pestilentes andrajos hambrientos de sangre y venganza. Conforme se recorrían sus pasillos la percepción de un incierto futuro se hacía sentir; masas fanatizadas y permeables a la espera de un discurso cómodo y malversado. Dentro de las mazmorras decenas de viejos luchadores por la libertad eran sometidos al insulto y al oprobio. Un tal Bonaparte era el Comandante de la guarnición. Joven muy alejado de los principios revolucionarios era fiel amante de sus propias palabras y discursos. Fernot soñaba con una Galia solidaria y participativa; Bonaparte con una Europa imperial y determinante que tuviera a Francia como protagonista exclusiva. Odio y admiración al mismo tiempo. El Comandante del presidio, en sus momentos libres, solía bajar hasta la celda de Marcel para conversar sobre filosofía y política, analizaban juntos textos de Rousseau, Montesquieu y Voltaire; discutían sobre el valor de la opinión pública y cómo ésta debía encauzarse a favor de objetivos concretos. No obstante la animadversión que sentía por su ocasional antagonista, Fernot percibía en el pequeño militar un carisma dominante. En varias oportunidades Bonaparte le insistió que haría todo lo posible para salvarle la vida debido a que tenía demasiado respeto por su inteligencia, cualidad que consideraba como un bien escaso. Lo cierto es que a través de sendas cartas escritas, de propio puño y letra, pedía encarecidamente tanto a Robespierre como a Marat por la vida del condenado detallando que el poeta detentaba atributos intelectuales por sobre la media debiendo ser aprovechada su capacidad para enfrentar la futura reorganización de la República.
En el crepúsculo del día 26, el Comandante de la guarnición le informó a Marcel Fernot que su sentencia se llevaría a cabo al amanecer del día siguiente. Conforme a las normas establecidas para antiguos militantes de la causa condenados a la pena capital, se les permitía solicitar aquello que reconfortara sus almas. En la ocasión el poeta fue simple y escueto...
—Por favor. Deseo tenga a bien le entregue al ciudadano Christian Trouviller el presente manuscrito. Teníamos pendiente un encuentro, que por desgracia, va a quedar trunco por razones de fuerza mayor.
—Confíe —aseguró Bonaparte— en persona me encargaré de la encomienda.
La pena fue ejecutada ceñida a las normas burocráticas en curso. Luego de llevada a cabo, el Comandante de la guarnición elevó el informe a sus superiores tal cual observaban las formas revolucionarias. El encargue nunca llegó a manos de Trouviller, quien arribó tres horas después de efectivizarse la condena.
Pasados treinta y cinco años, y en uno de los arcones que el viejo Emperador tenía en su dormitorio de la fortaleza de Santa Elena, entre las hojas del Cándido de Voltaire, más precisamente en el capítulo XII “La Separación”, se halló un poema cuya autoría, en un principio, le fue adjudicada por error. A poco de comparar la caligrafía los investigadores desestimaron que Bonaparte era el responsable de tales versos. Quizás, una clandestina admiración; algún camarada tal vez, no había posibilidad de precisiones... El título del soneto era ilegible; sus estrofas expresaban las marcadas y encontradas sensaciones que propone el crepúsculo como estado de espera, angustia y resurrección...
Crepúsculo de cumbres inasibles
cuéntame de tu miel y de tu espanto
no nos hieras con tu hiel y con tu llanto
por cuenta del amor y lo imposible...
crepúsculo y tu necia soledad
que invita a sostener una mirada
aquella que convierte en estocada
el celaje que arropa tu verdad.
Crepúsculo de turbias imprudencias
te advierto que me duele tu talante
fuiste juglar de indultos y clemencias
divulgando tan sólo en un instante
que el amor también vive de indecencias
y el dolor se atesora en el Levante.
cuéntame de tu miel y de tu espanto
no nos hieras con tu hiel y con tu llanto
por cuenta del amor y lo imposible...
crepúsculo y tu necia soledad
que invita a sostener una mirada
aquella que convierte en estocada
el celaje que arropa tu verdad.
Crepúsculo de turbias imprudencias
te advierto que me duele tu talante
fuiste juglar de indultos y clemencias
divulgando tan sólo en un instante
que el amor también vive de indecencias
y el dolor se atesora en el Levante.
©Gustavo Marcelo Sala
En: Tinta, Palabra y Papel –Antología– “La Hora del Cuento”. Pág. 184
GUSTAVO MARCELO SALA
LOS RINCONES del Anfitrión
LOS RINCONES del Anfitrión
Editorial Dunken
Sinopsis
Los Rincones del Anfitrión no es un relato de amor, tampoco se la puede encasillar como una historia romántica. Es una novela que intenta desnudar al amor. El protagonista cardinal no es otro que su corporización diabólica, fantasma que hace y deshace a su antojo, que provoca celadas y engaños, que hasta presume de bondades e inocencias. Su objetivo es convocar a los siete pecados capitales del romanticismo, a las siete plagas, y lo hace bajo el yugo de los espectros emocionales de manera tal incluirlos dentro de su perverso vademécum, siempre utilizando de médium a los poetas como eficientes señuelos para atrapar incautos. La prosa poética es un rasgo distintivo de la obra, lenguaje clásico que por antiguo no deja de ser original en nuestros tiempos.
Los Rincones del Anfitrión no es un relato de amor, tampoco se la puede encasillar como una historia romántica. Es una novela que intenta desnudar al amor. El protagonista cardinal no es otro que su corporización diabólica, fantasma que hace y deshace a su antojo, que provoca celadas y engaños, que hasta presume de bondades e inocencias. Su objetivo es convocar a los siete pecados capitales del romanticismo, a las siete plagas, y lo hace bajo el yugo de los espectros emocionales de manera tal incluirlos dentro de su perverso vademécum, siempre utilizando de médium a los poetas como eficientes señuelos para atrapar incautos. La prosa poética es un rasgo distintivo de la obra, lenguaje clásico que por antiguo no deja de ser original en nuestros tiempos.
La Comisión Directiva de la Biblioteca Popular “José A. Guisasola” agradece al escritor local Gustavo Marcelo Sala, por la donación de las obras: “Los Rincones del Anfitrión” y “Convergencias”, de Editorial Dunken y las Antologías “Letras de Otoño”, “Unidos por las Letras” y “Tinta, Palabra y Papel”, de Edic. La Hora del Cuento.
Los libros están disponibles en la sede de nuestra institución para su lectura y disfrute.
Los libros están disponibles en la sede de nuestra institución para su lectura y disfrute.
¡Gracias, Gustavo!
Sala, Gustavo Marcelo
El Perdido, Provincia de Buenos Aires, Argentina
Catálogo - especificaciones
Contacto:
eusa2025@gmail.com
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